miércoles, 26 de febrero de 2014

El árbol y la manzana

- No quiero caer- le dijo ella.
La manzana estaba asustada. Le parecía una caída muy grande, y sabía lo que venía después. Algún animal se la comería... o peor: algún humano. Temblaba y sudaba mientras se agarraba como podía a la rama del árbol.
- Pero debes caer- le respondió el árbol-. Si no lo haces, la semilla que hay en ti no germinará nunca, y no podrán nacer nuevas manzanas.
- ¡Me da igual! No quiero que me coman, no todavía.
La manzana no era capaz de comprender por qué la vida era así: un ciclo realmente absurdo. Ella había nacido hacía no muchos días, y ya le tocaba ver el día de su muerte. ¿Muerte? De pronto visualizó un manzano joven, muy joven, todavía en edad de crecer. Crecía y crecía, extendiendo sus ramas y haciendo brotar las hojas que le vestían con el traje más elegante. De alguna de sus ramas colgaban manzanas  que pronto comenzarían a vivir. Entonces la manzana lo comprendió.
Cayó.


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viernes, 21 de febrero de 2014

Mamá, escúchame

Mamá, perdón por haberte gritado, es que hay veces que parece que no me escuchas. Te hablo, pero no me respondes, es como si no me quisieras hacer caso. Parece que no me quieres. De verdad que yo intento hacer las cosas bien... y no sé por qué no te gusta.
Odio cuando te enfadas conmigo, es lo que más odio en el mundo. No puedo soportar oírte llorar al otro lado de la pared y que no te dejes consolar. ¿Por qué, mamá? No entiendo nada, quiero que me lo expliques... quiero que nos sentemos a hablar de madre a hijo. Quiero explicarte lo que siento cuando me echan a mí la culpa de cosas que no he hecho, cuando me llaman cosas que no soy. Lo peor es que todo el mundo se lo cree, y te mienten para engañarte a ti también.
Mamá, si me escuchas te prometo que intentaré no volver a gritarte. Te prometo que seré el mejor hijo que puedas imaginar, pero me tienes que creer mamá. Deja de escuchar a los demás, que no saben nada, no tienen ni idea. Escúchame a mí, mamá. Confía en mí.
Por favor, mamá, estoy cansado. Me duele todo, no sé cuánto tiempo más podré luchar. Escúchame, por favor. Dame una oportunidad. Sé que cuesta el cambio, pero valdrá la pena. Conóceme, déjame nacer.


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sábado, 8 de febrero de 2014

Así

-Tráeme otra caja del almacén y tira las que están ya vacías -ordenó el empleado al becario.
El becario obedeció y a los pocos minutos volvió con una caja grande en los brazos. Era una caja de cartón, grande y aparentemente muy cargada. El empleado cogió una bolsa metálica de su interior y se dirigió a una máquina que había en la esquina del despacho. La máquina era muy extraña, parecida a una fotocopiadora, pero mucho más grande. Estaba hecha con piezas de plástico y metal de color crema grisáceo. Realmente fea.
El empleado abrió la bolsa metálica y vertió su contenido en aquella máquina. Letras, muchas letras llenaron el depósito del aparato.
Luego llegó el jefe del empleado. Venía con unos papeles escritos por el directivo, en ellos estaban todas las instrucciones detalladas. El jefe giró la manivela que había en el costado de la máquina y tecleó un código para abrir el menú de categorías: "policíaca, intriga, romance...". Seleccionó una de ellas y tiró de la palanca que activaba la máquina.
Tras unos segundos, la máquina empezó a vibrar bruscamente y a emitir ruidos desagradables. Al principio parecía que estaba estropeada, pero al cabo de un tiempo comenzó a imprimir.
Así murió el arte, así desapareció la literatura.


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miércoles, 5 de febrero de 2014

"¡Buenos días su señoría! ¡Tralarilorilorá!"

Entra en mi cuarto, abre la persiana mientras dice "A despertar" y sale a despertar a los del cuarto de enfrente. Como siempre, mi hermano se levanta automáticamente mientras yo me quedo en la cama un rato más. Son las ocho menos cuarto.
Bajo a desayunar. Uno de mis hermanos, el que duerme conmigo, ya ha desayunado y está listo para salir. Dos de mis hermanas pequeñas están desayunando en la cocina, ambas con los pelos cayéndoles por la cara de forma despeinada. Hay una taza de leche con cereales abandonada encima de la mesa. Yo me preparo la mía y me siento a desayunar.
Mientras desayuno, baja mi hermana (de las pequeñas, la mayor, pero igualmente pequeña). Se mueve muy despacio, siempre tarde. Poco después mi hermano sale del baño y viene también a la cocina. Por supuesto, era suya la taza abandonada.
Termino de desayunar y subo a mi cuarto. Por el camino me encuentro a mi hermano mayor, el que nos lleva al cole, que está bajando a desayunar.
Apenas hay palabras. Alguna queja, expediciones arqueológicas en busca de calcetines... pero siempre lo mismo, y lo menos posible. No hace falta hablar, todos pensamos lo mismo: es lunes y ya estamos esperando que llegue el viernes.


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domingo, 2 de febrero de 2014

Momento

Suspira empañando la ventana. Mira lejos, tras el cristal, viendo cómo el paisaje escapa sin que ella pueda detenerlo. Vuelve a suspirar y el chico que tiene frente a ella mira la marca de vaho que ha dejado en el cristal. Ella rehuye su mirada, no le conoce.
Sus lágrimas quieren escapar, pero ella parpadea varias veces, tratando de retenerlas. Él se da cuenta, pero no dice nada. Deja de mirarla, para no agobiarla, pero sigue pensando en ella. Finalmente, una lágrima se abre paso y recorre la mejilla de la chica hasta que, en un acto suicida, salta al suelo. Él ha escuchado el sonido amargo del choque y levanta la mirada, buscando los ojos que liberaron la tristeza.
Ella mira al suelo, con la mirada clavada en el infinito. No dice nada, no piensa nada. Solo llora. Él la mira lleno de comprensión y cierta misericordia.
Se siente observada, sabe que el chico la está mirando. Le incomoda un poco, pero no tanto como creería normal. Vuelve a mirarle, pero rápidamente aparta de nuevo la mirada. Le ha dado tiempo a apreciar que él sonríe, pero no le reconoce. No sabe quién es.
- ¡Claro!
Pero ya no está.


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