lunes, 15 de diciembre de 2014

Sofá para dos

A veces para llorar no se necesitan lágrimas, todos lo saben. Para llorar de alegría, tampoco. Es más bien una sensación de ensalzamiento del alma, como si pudieras sentir el cielo y saber que es real. Aunque solo sea por un momento.
Para sentir el cielo no se necesita el tacto, el gusto ni el olfato. Quizá tampoco los otros sentidos, no lo sé. Solo se necesita una princesita que te haga ver que, efectivamente, lo esencial es invisible a los ojos. Que te abra el corazón, que te cuente cosas que ya estás harto de oír, pero de otra manera. Que su forma de hablar embelese tus oídos, que su voz sea más música que la que acabas de escuchar o estés escuchando.
Si el mundo supiera quién es esa princesita que convierte media hora de espera en media hora de la forma más bella de felicidad sería un mundo mucho más pleno. ¡Ay, si el mundo conociera a mi princesita! Entonces el mundo tendría esperanza.
No sé quién puede entender lo que siento. Quién pudiera pensar que después de tanto tiempo volvería a escribir de verdad. A pesar de que, quizás, mi princesita no lea esto, quiero trazar unos torpes intentos de que entendáis quién es la princesita:


Una pequeña charla
(menos de media hora),
una niña majara
y a la vez encantadora.

Dos trenzas de oro,
una apariencia perversa
y un momento solo
la convierten en princesa.

Dime, ¿Quién eres?

Un poco de cielo,
un día de nieve,
la ilusión del invierno
cuando llegan los Reyes.

Dime, ¿Quién eres?

La belleza de un artista,
el pensamiento del más sabio,
la obra más realista
que logró hacer el mejor mago.



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jueves, 4 de diciembre de 2014

Burbuja

Escribo esta entrada con algunos días de retraso, espero que se me perdone. Quiero dedicársela a todo aquel que sienta que la entiende de verdad y, sobre todo, a todos los que la hemos vivido, riendo o llorando.

¿Cuánta gente habría? Quizá cuarenta y cinco... no creo que llegue a cincuenta. Todos mirando hacia abajo. Un papel y un boli para un ejercicio que, sin ellos saberlo, sería motivo de conversación el resto de la semana... y quién sabe cuánto más.
Más o menos diez minutos. Cuando todos acabaron entregaron los papeles. Eran cartas hacia alguien sin nombre, escritas por un tal "Anónimo". Ese Anónimo ¡cómo se desahogó!. Dos alumnos leyeron muchas de las cartas en voz alta. Anónimo no tiene pinta de tener muchos amigos. No parece quererlos.
No conoce a casi nadie, pero se atreve a juzgar a cualquiera. Apenas se sabe los nombres de la gente, pero ya sabe quién va a ser su amigo y a quién no quiere conocer. Sobre todo a quién no quiere conocer. Eso parece tenerlo clarísimo.
Anónimo acaba de empezar la universidad: solo le quedan cuatro años antes de que su burbuja rompa y el mundo descubra su nombre.



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