viernes, 22 de febrero de 2013

Más allá de las alambradas

El plan no podía fallar. Había llevado meses construirlo, y un solo paso en falso era suficiente para echarlo todo a perder. Ambos estaban nerviosos mientras recorrían con velocidad los pasillos ocultos bajo el suelo. Sobre ellos, en la superficie, los guardias acechaban cualquier movimiento sospechoso. Meses de plan dependían de unos minutos, de una noche: aquella noche. La noche en que, después de tantos años en prisión, al fin serían libres.
Todos los movimientos estaban sincronizados de forma perfecta en aquel laberinto del infierno. Izquierda y derecha parecían lo mismo en esos pasadizos oscuros, pero por alguna razón ambos sabían cuál era el camino que buscaban. Si todo salía bien, en apenas unos instantes estarían fuera de la cárcel.
De pronto, un rayo de luz plateado, débil, apenas perceptible, cayó ante ellos. Una alcantarilla se hallaba sobre sus cabezas, dejando paso al brillo de la luna. La salida, su salida. Ya estaban suficientemente lejos de la prisión. Estaban a salvo. No volverían a aquel lugar, aquel era el principio de una vida perfecta, fuera de preocupaciones, fuera del averno encarcelado.
Miraron en derredor. Por primera vez en mucho tiempo veían el mundo que existía más allá de los muros de piedra que rodeaban la penitenciaría, más allá de las alambradas. Los suspiros de alivio y alegría que habían comenzado a llenar el aire pronto se apagaron, convirtiéndose en decepción y desesperación. El paisaje que se extendía a su alrededor, aunque más grande, no era más que otra cárcel. Una cárcel de la que no podían escapar.


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viernes, 15 de febrero de 2013

Como tantas otras veces

El niño se dirigió al baño, acordándose de las palabras que su madre había dejado grabadas en su memoria.  "Lávate las manos antes de comer". Aquellas palabras sonaban y resonaban en los oídos del pequeño. Se subió al taburete para llegar al lavabo, cogió el jabón y abrió el grifo. Comenzó como siempre; sin embargo, algo le entretuvo más tiempo del que tenía planeado.
Las extraordinarias figuras, cristalinas y brillantes, que podía hacer con tan solo agua y jabón le cogió por sorpresa. Como si fuese la primera vez que veía algo así comenzó a hacer pompas de diferentes tamaños. Más grandes, más pequeñas, más brillantes, más redondas... innumerables burbujas de ilusión llenaron enseguida el pequeño cuarto de baño. Jugaba a atraparlas con las manos y lanzarlas para observar su movimiento, libre, bello y perfecto, nadando en el aire.
El tiempo pasaba como inexistente, veloz ante la diversión del momento. La magia estaba hecha, y nadie podía evitar el embelesamiento del niño. Las burbujas de jabón habían cautivado sus sentidos, y solo a ellas prestaba atención.
Tiempo después se secó las manos y salió del baño. En su cabeza resonaban todavía las palabras de su madre. Sonaban y resonaban, pero no las escuchaba. Una vez más, como tantas otras veces, recordó que ya había comido.


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martes, 12 de febrero de 2013

Huye, vuela

Cada palabra cuesta más que la anterior. Estoy sentado, casi cayéndome, con las manos apoyadas en el teclado. La cabeza me da vueltas y apenas soy consciente de lo que escribo. La luz del ordenador escuece mis ojos y arranca lágrimas que no tenían que derramarse.
Los dedos se mueven con independencia de lo que quiero contar. Las palabras salen de forma casi aleatoria y rompen todas las historias y relatos que tenía guardados. Parece que todas las ideas que creía tener han escapado de mi mente, y pretenden no volver. La desesperación frente a una página en blanco se apodera de mí, robándome una inspiración que nunca tuve.
Es habitual en mí este sentimiento de impotencia, pero nunca llego a dominar el miedo que aún me significa. Cierro los ojos, intentando atrapar las lágrimas que huyen ahogando el sufrimiento. Mi inspiración parece haber expirado. Huye, vuela, se escapa de mi alcance a un lugar desconocido.
Levanto las manos del teclado y suspiro angustiado. ¿Qué daré a mis lectores? No tengo nada que pueda satisfacerles. Hoy no puedo escribir nada que pueda gustar. No puedo, pero eso no importa. Trago saliva y me armo de valor.
Sigo escribiendo, sin saber bien sobre qué. De todas formas, jamás publicaré esta entrada. Nadie podrá leerla.


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miércoles, 6 de febrero de 2013

Una pequeña desaparecida

La pequeña miraba a su alrededor con inquietud. La habitación oscura y poco acogedora en la que se encontraba le parecía del todo claustrofóbica. Ella se mordía los labios, con impaciencia y nerviosismo, esperando un salvador que la encontrase a tiempo.
Hacía tiempo que ella estaba ahí, pasaba los días sentada en el suelo frío de aquel zulo traído del infierno. No recordaba cómo era el mundo cuando ella vivía en él, ahora sufría su existencia secuestrada por quién sabía qué clase de delincuente.
Amiga de muchos y conocida por todos, admirada por tantos y visitada por muy pocos, la rehén había aprendido a distinguir las paredes de la cárcel que se había convertido en su vivienda. Probablemente nunca saldría de ahí. Pero ella esperaba, y en la esperanza desesperaba.
Pero el tiempo pasaba, y la noticia, que tantas ciudades había recorrido, fue entonces olvidada. Ya nadie hablaba de ella, nadie la recordaba. Pocos sabían de su existencia, y menos aún eran los que la buscaban. Era seguro que ningún salvador la encontraría, se había perdido para siempre. Ya nadie la volvería a ver, ni hoy ni nunca. Hoy sigue oculta, escondida en alguna parte. La gran creatividad, una pequeña desaparecida.


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