lunes, 30 de septiembre de 2013

En quince minutos

Suena el timbre y los bolis dejan de escribir. Los libros se cierran, las miradas se distraen y se escucha la tan recurrida frase "La clase acaba cuando lo dice el profesor". Segundos después los niños corren por los pasillos y saltan los escalones de dos en dos, o incluso de tres en tres.
En el patio hay un solo campo de fútbol que es atravesado por seis o siete balones, cada uno en una dirección. Algunos corren detrás de los balones, sin saber bien con cuál están jugando; otros, por el contrario, prefieren sentarse en el suelo y charlar. Solo tienen quince minutos, pero ellos saben cómo aprovecharlo.
En una parte del patio, un chico trata de conquistar a una doncella; en la otra dos amigos estudian el examen que tienen después. Un grupito se reúne para contar chistes y reír un rato, y un par de chicas hablan mientras dan vueltas al campo de fútbol.
Hay incluso quien aprovecha ese rato para echar una cabezada, sin preocuparse de mal alguno; en el lado opuesto del patio hay una chica llorando por mal de amores, mientras su amiga trata de consolarla.
Todo esto en quince minutos, pero cuando el timbre suena (o unos minutos más tarde) los balones dejan de rodar, el grupito deja de reír, el chico deja de dormir y la chica deja de llorar. Todos se vuelven a clase, sin gana alguna, estando en el error de creer que nunca lo echarán de menos.


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jueves, 5 de septiembre de 2013

Que no te vea

- Creo... creo que no estoy preparado todavía.- decía tímidamente con su cara de inocencia.
- Claro que sí- le animaba quien parecía su jefe.-, te has entrenado para esto.
- Ya pero los entrenamientos eran muy distintos a lo que ahora veo.- su voz reflejaba miedo, miedo a fracasar en una misión que, según creía, no era para él.
- Ven, te enseñaré dónde estarás y quién será tu objetivo. Es importante que nunca le pierdas la pista, nunca le dejes solo y... que no te vea.
Pasearon por las calles, por los edificios, por los pasillos que recorría diariamente el individuo que sería el objetivo del recién salido de la academia. Observaron sus hábitos, sus pasatiempos, sus costumbres, su trabajo, su vida cotidiana, en definitiva, todo lo que hacía en su día a día.
El jefe miró al novato con expresión empática.
- Podrás hacerlo, confío en ti. Eres el mejor para vigilar a este hombre. Eres quien más puede ayudarle.  Esta misión es para ti, quiero que seas tú.
- Si esa es tu voluntad, que así sea.
Y sin decir más, el recién estrenado ángel de la guarda batió sus alas y acompañó, guió y protegió al hombre todos los días, aunque éste no le veía.


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