lunes, 27 de enero de 2014

Dispuesto al cambio

El águila volaba plácidamente. Se apoyaba en el viento y descansaba con las alas extendidas. Apenas las batía. Sentía el viento en la cara, le encantaba. Bajo ella podía ver un vasto paisaje que ahora no describiré. Volaba sobrepasando bosques, montañas, pueblos, lagos... Sentía dominar el mundo.
Los niños la señalaban cuando la veían pasar, y a ella le encantaba. Nadie podía con ella, su mundo era perfecto. El águila profirió un chillido, alegre, majestuoso, imponente, y todos los demás animales escucharon lo feliz que se sentía el águila.
El tigre la envidiaba y deseaba poder deshacerse de ella, sin ella sospechar siquiera que pudiera existir un deseo semejante. Mientras, otros animales observaban admirados cómo volaba el águila. El ciervo se imaginaba batiendo unas enormes alas, el delfín soñaba con poder ver el mundo. Pero todo eso era privilegio del águila, no todos tenían que poder.
De pronto, el viento cambió de dirección. No lo notaron ni el mar ni la tierra, pero el águila comenzó a cansarse de batir las alas. Se sentía débil, pero no quería cambiar su rumbo. Mientras, varios kilómetros por debajo de ella, el tigre ya estaba preparado.


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domingo, 19 de enero de 2014

Un leñador engañado

- Si hubiese sabido quién había mandado talar aquel árbol no lo habría hecho. Si hubiese sabido qué querían hacer con la madera me habría negado. Mi hacha no está al servicio de intenciones de maldad, no quiero que lo esté. No me dijeron nada, simplemente me obligaron.
"Talé aquel árbol y preparé la madera para ellos, para ti. Cada vez que incrustaba el filo del hacha en el tronco me recompensaban con premios banales. Supongo que fue eso lo que me impidió pensar, lo que me empujó a continuar, sin poder deducir quiénes eran aquellos hombres... si puede llamárseles así. Siempre fui esclavo de la opinión de los demás y, sobre todo, fui preso del miedo.
"Pero hoy... hoy todo es diferente. Sigo teniendo miedo, por supuesto, pero ya no me domina. Hoy puedo gritar, ante ti y ante quien sea, que me arrepiento de lo que hice, que me enorgullezco de poder estar aquí y compartir con los afligidos el dolor de lo que hice.
El leñador calló y escuchó la sentencia llena de ironía que el emperador le impuso. Era un leñador que de haber sabido quién había dado las órdenes y, sobre todo, por qué habían sido dadas, no las habría cumplido. Extendió los brazos, no tardó en morir.


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