domingo, 24 de marzo de 2013

Con vistas al paraíso

El niño se apoyó en la baranda para descansar su peso mientras miraba el paisaje tan espectacular que se extendía ante él. Segundos después, alguien se le acercó y se apoyó también en la baranda, a su lado.
-Fíjate al lado de la cascada- le dijo al niño señalando a lo lejos con un bastón blanco de madera- ¿ves la cueva?
El niño asintió con la cabeza. El señor, extraño para el pequeño, se tocó el reloj de agujas que llevaba en la muñeca y añadió:
-Dentro de un momento verás lo que sale de ahí.
Ambos esperaron en silencio desde aquel mirador con vistas al paraíso. El niño intrigado prestaba su total atención a la entrada de la cueva. El paisaje había perdido todo su interés. Las montañas, el valle extenso de hierba, los árboles gigantes... todos habían dejado de existir en aquel momento para el muchacho.
El viento era suave, y su sonido no interfería con el del agua que caía en el río. La enorme cascada producía un sonido relajante que hacía de aquel un lugar de ensueños. Lejos podían escucharse los cantos alegres de los pájaros. Algunos volaban, otros descansaban en las ramas de los árboles y, los más atrevidos, jugaban con el agua del río.
-¡Mira, ciervos!- gritó el niño, interrumpiendo aquel momento mágico.
-¡Ciervos!- repitió el señor poniéndose unas gafas de cristales tintados- la de delante es la madre, ¿ves? ¿Cuántos hay detrás?
-¡Tres!- respondió el niño entusiasmado.
- ¡Ah!, ya ha nacido.
Y sin decir más, marchó a casa silbando una canción alegre, sin ver nada, solo con unas gafas de sol y su bastón blanco de madera.


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domingo, 17 de marzo de 2013

Una gran ciudad de arena

Cuando por fin aprendió que la marea estaba subiendo, decidió hacer el castillo más arriba. Pensaba hacer el castillo más grande que hubiera existido, utilizando toda la arena de la playa. Cuando apenas llevaba unos minutos construyendo, un chico se le acercó, y juntos continuaron amontonando toda la tierra para hacer el castillo.
Poco a poco, los niños que pasaban por aquella playa gallega se sumaban al que parecía ser el juego más divertido de todos. Colaboraban unos con otros en la construcción del castillo de arena más grande del mundo.
Cavaron un foso alrededor del castillo, para retener las primeras olas que llegasen. También habían construido una muralla alrededor del castillo, una muralla más alta que alguno de los niños que habían ayudado. Varias horas después, el trabajo de los niños parecía una gran ciudad de arena.
Con el paso de las horas, las primeras olas iban llegando, pero quedaban atrapados en el profundo agujero que los niños habían cavado. Más tarde, la marea había subido lo suficiente para romper la muralla, y comenzó a tragar el castillo, muy lentamente. Los niños que quedaban en la playa observaban cómo su castillo iba siendo devorado por el mar.
Los rumores corrieron por toda la ciudad, y acabaron por convertirse en leyenda. Y esas leyendas fueron perseguidas. Aún hoy hay quien la busca, en el fondo del mar, esperando encontrarla íntegra. Hay quien dice que no existe, otros, que está escondida. La llaman La Atlántida, una gran ciudad de arena.


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domingo, 10 de marzo de 2013

La biblioteca

Lo que primero le llamó la atención al entrar en la ciudad, fue la biblioteca enorme que vertebraba su cultura y tradición. Grandes paredes de piedra y suelos de mármol encerraban en su interior el secreto del conocimiento. Sin embargo, el acceso a dicha construcción estaba estrictamente restringido, pues una muralla de piedra la rodeaba, y todas las entradas estaban vigiladas por centinelas expertos.
El derecho del ciudadano común no le permitía acercarse a menos de medio kilómetro, y quién sabe cuántas personas sobrepasaban ese derecho. Las historias que todo habitante conocía relataban la cantidad inmensurable de libros que sus estanterías contenían. Cualquier información que a uno pudiera ocurrírsele, y gran parte de la que nadie llega a imaginar, estaba, supuestamente, recogida en aquellos libros secretos que no mucha gente había leído.
El turista pasó casi el día entero escudriñando, lo más cerca que pudo, aquella joya de la arquitectura, y del arte en general. Todos sus pensamientos giraban alrededor de aquellas leyes extrañas que prohibían a la gente aprender.
Pero, días después, cuando se despidió de la ciudad para regresar, se dio cuenta de que aquella historia ya la conocía. En algún lugar ya la había vivido. De hecho, llevaba viviéndola toda su vida de estudiante: mucha información, mucha información a la que nadie puede acceder.


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domingo, 3 de marzo de 2013

Una batalla única en la historia

El sonido metálico de las espadas chocando daban una horrible música a la batalla feroz que en aquel navío tenía lugar. Los dos piratas, cada uno honrado a su manera, utilizaban su arma de manera ágil y veloz, buscando hundirla en el adversario. Los pies de ambos parecían bailar al compás de la batalla, una batalla única en la historia.
La destreza de cada uno era digna del mejor de los guerreros, y sus espadas debían estar hechas por el herrero más experimentado.
De pronto, uno de ellos cayó al suelo, y un golpe acertado de su oponente logró desarmarle. El pirata caído, en objeto de defensa, cubrió su cara con los brazos. Con aire vencedor, el corsario que aún estaba en pie levantó su espada apuntando al enemigo caído, con intención de terminar la batalla. Sin embargo, las palabras del casi vencido pirata frenaron la espada amenazante:
- "Crucis", no me ataques.
Esa palabra, pequeña pero certera, dio suficiente tiempo al niño para volver a la batalla. Y continuaron los dos, jugando toda la tarde.


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