Paseé de la mano de mis recuerdos por las calles de Madrid. Recorrí la calle Serrano, haciendo una parada necesaria; visité varios teatros, y sentí una emoción inenarrable cuando volví a entrar en el primer teatro en el que actué. Luego fui a Moncloa y cogí el autobús de siempre, el que da muchas vueltas antes de llegar a Pozuelo.
La Avenida de Europa había cambiado mucho, pero, al mismo tiempo, era la misma de siempre. Pude reconocer sin problema cada sitio donde había estado, hace muchos años, hablando con tantas personas. Pasé por delante de la iglesia, sin ignorarla, y fui a la estación.
¡Casi había olvidado lo eterno que parecen los viajes hasta El Escorial! Anduve por los pasillos de la Universidad, caminando entre los muros de piedra. Hacía muchísimo que no pasaba por allí, donde podríamos decir que empezó todo. Todavía me parecía ver a treinta alumnos con la baraja en las manos, y alguno enseñando a otro un pase de monedas. No puedo, no soy capaz de explicar la nostalgia que sentí en ese recuerdo, el que conduce los demás.
El viaje que mis recuerdos me habían preparado me llevaron por otro muchos lugares, que espero algún día poder contaros. Finalmente, acabaron las memorias y supe dónde estaba.
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