El anciano se acercó a la fuente. Como todos hacían ahí, él alargó la mano y tiró la moneda. Cerró los ojos un momento, pidió su deseo y se alejó unos pasos. Se sentó en un banco que había cerca de la fuente, al lado de su compañero.
Los dos observaban en silencio. Cada uno, con cierta intriga sobre cuál había sido el deseo de su compañero, pero ninguno preguntó nada. Miraban al frente, observaban a la gente que pasaba por ahí, pero no hablaron.
Minutos después, ambos pudieron observar a un grupo de niños pequeños- debían ser familia- que se levantaban las perneras del pantalón para meterse en la fuente. En unos segundos, cogieron todas las monedas que estaban a su alcance.
- Deberías haber echado la moneda en la parte alta. Si te cogen la moneda no se cumplirá tu deseo.
El anciano tardó un rato en responder. Observaba con atención, y con cierta ternura. Al cabo de un rato dijo:
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