Cada palabra cuesta más que la anterior. Estoy sentado, casi cayéndome, con las manos apoyadas en el teclado. La cabeza me da vueltas y apenas soy consciente de lo que escribo. La luz del ordenador escuece mis ojos y arranca lágrimas que no tenían que derramarse.
Los dedos se mueven con independencia de lo que quiero contar. Las palabras salen de forma casi aleatoria y rompen todas las historias y relatos que tenía guardados. Parece que todas las ideas que creía tener han escapado de mi mente, y pretenden no volver. La desesperación frente a una página en blanco se apodera de mí, robándome una inspiración que nunca tuve.
Es habitual en mí este sentimiento de impotencia, pero nunca llego a dominar el miedo que aún me significa. Cierro los ojos, intentando atrapar las lágrimas que huyen ahogando el sufrimiento. Mi inspiración parece haber expirado. Huye, vuela, se escapa de mi alcance a un lugar desconocido.
Levanto las manos del teclado y suspiro angustiado. ¿Qué daré a mis lectores? No tengo nada que pueda satisfacerles. Hoy no puedo escribir nada que pueda gustar. No puedo, pero eso no importa. Trago saliva y me armo de valor.
Sigo escribiendo, sin saber bien sobre qué. De todas formas, jamás publicaré esta entrada. Nadie podrá leerla.
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La inspiración está en ti, no hay más que "verte", aunque a veces se esconda y no se atreva a salir.
ResponderEliminarA veces se esconde demasiado bien... pero se puede encontrar :P
EliminarMuy bien escrito Gonzalo. Escribir sin saber el que,como en los exámenes,supongo.
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