martes, 9 de septiembre de 2014

Poemas rotos

El boli deja de escribir, aún con tinta. Repasa los versos, tacha, reescribe. Lee, escucha. Comprueba las rimas y deja solo unas pocas. La mitad de los versos no terminan de convencerle, la otra mitad ni siquiera empieza. No hay forma de corregir aquello, es un desastre.
Coge la hoja, la mira una última vez y la rompe. La rompe en dos, en cuatro, en ocho. Un puzle sin resolver, un poema. Arrastra los papeles por encima de la mesa y los deja caer. Planean, poco a poco los versos van desapareciendo.
Una papelera llena. Cientos, quizá miles, de versos que nadie leerá. Odios, pasiones, admiraciones, amores, recuerdos que solo la papelera conoce. Un poeta desesperado.
Saca un folio nuevo. Lo mira. Lo mira mucho rato antes de ponerse a escribir. No hay muchas batallas más difíciles que esa. Ni siquiera sabe si ese poema lo terminará, o si acabará reuniéndose con el resto. Aún así escribe. Escribe con la inspiración de mil noches de trabajo, con la esperanza de que ese papel no quepa en la papelera.
Está harto de romper sus poemas, pero sigue buscando un poema digno. Uno, solo uno, hará que haya merecido la pena. Un buen poema, uno y no más, justificará una papelera llena y mil noches de trabajo.


¿Te ha gustado? ¡Suscríbete!

2 comentarios:

  1. Creo que viene al caso, por eso me gustaría compartir contigo esta anécdota: Edison, el inventor de la bombilla, tuvo que intentarlo nada menos que mil veces antes de tener éxito y también desarrollar más de 300 teorías para aquel solo invento pero para él "no fueron mil intentos fallidos, fue un invento de mil pasos".

    ResponderEliminar