Gente de los pueblos periféricos venía a verle incesablemente. Todos los habitantes de las ciudades vecinas habían oído hablar de él. Decían que nunca había salido de su boca palabra necia.
Lanzaban al aire sus preguntas, desesperados, y el hombre solo podía escuchar unas cuantas. Sin embargo, antes de que pudiera responder, otra pregunta ya estaba invadiendo sus oídos. Finalmente optó por esperar. Escuchaba todas las preguntas, pero no respondía ninguna. Así fueron pasando las horas, y la gente, cansada de no obtener respuesta a sus preguntas, fue abandonando la enorme sala donde estaban.
Cuando apenas quedaban unas pocas personas, alguien hizo una pregunta que dejó en silencio toda la sala. Una pregunta que parecía haber dejado sin respuesta al mismo sabio. Se quedaron mirando entre ellos. Los que estaban presentes también observaban, en silencio. Miraban a uno y otro alternativamente. Todos reflexionaban, pero nadie hablaba.
- ¿No lo sabes?- repitió aquel hombre- Todos te llaman sabio, te halagan. Inmerecidamente, creo yo. ¿Qué te hace diferente a los demás?
El sabio bajó la mirada unos segundos. Cuando encontró la respuesta, capaz de convencer al mayor de los escépticos, la dio a conocer. De todas las razones por las que se había ganado su fama, aquella era la mejor. Abrió la boca y dijo: " ". Todos lo entendieron.
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