Es una especie de regalo que se da en Navidad, o en cualquier época del año. Es una imagen, un sonido, una voz. Quizás tan solo una palabra. Y entonces... estás allí. Como si un genio te hubiera concedido el primero de los deseos. Aquel lugar, a principios de Mayo, aquella compañía, aquellos juegos.
Puedes verlo, puedes oírlo. Como si fuese una película grabada de forma casera y la estuvieras viendo en la televisión de tu salón. Sientes que te emocionas. De alguna forma, sabes que esos momentos no se van a repetir, pero, concediéndote el genio tu segundo deseo, sabes que hoy estás viviendo lo que, tal vez, otro día será el mejor de tus recuerdos.
Sigues recordando, sonriendo cuando tu primo aparece en tu recuerdo diez años más joven de lo que es ahora. ¡Era un enano! Y poco después, cuando llega el momento en que sabes que el recuerdo acabará y volverás al mundo real, se cumple el tercer y último deseo. Las escenas se ven ahora en blanco y negro y a cámara lenta mientras suena una canción bonita. Nunca te había gustado tanto esa canción como ahora.
Fundido a negro. Miras a tu alrededor. Todo sigue igual, no parece haber pasado nada. Sonríes. Están ahí. La gente de tu recuerdo está a tu lado. Son, parece, diez años mayores, pero siguen siendo niños.
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