Es una especie de regalo que se da en Navidad, o en cualquier época del año. Es una imagen, un sonido, una voz. Quizás tan solo una palabra. Y entonces... estás allí. Como si un genio te hubiera concedido el primero de los deseos. Aquel lugar, a principios de Mayo, aquella compañía, aquellos juegos.
Puedes verlo, puedes oírlo. Como si fuese una película grabada de forma casera y la estuvieras viendo en la televisión de tu salón. Sientes que te emocionas. De alguna forma, sabes que esos momentos no se van a repetir, pero, concediéndote el genio tu segundo deseo, sabes que hoy estás viviendo lo que, tal vez, otro día será el mejor de tus recuerdos.
Sigues recordando, sonriendo cuando tu primo aparece en tu recuerdo diez años más joven de lo que es ahora. ¡Era un enano! Y poco después, cuando llega el momento en que sabes que el recuerdo acabará y volverás al mundo real, se cumple el tercer y último deseo. Las escenas se ven ahora en blanco y negro y a cámara lenta mientras suena una canción bonita. Nunca te había gustado tanto esa canción como ahora.
Fundido a negro. Miras a tu alrededor. Todo sigue igual, no parece haber pasado nada. Sonríes. Están ahí. La gente de tu recuerdo está a tu lado. Son, parece, diez años mayores, pero siguen siendo niños.
Un pequeño espacio que saque a la luz todas las ideas escondidas que estornudo cuando nadie mira.
sábado, 26 de diciembre de 2015
domingo, 13 de diciembre de 2015
Pequeña, diminuta
Cierras los ojos muy lentamente, como si no te atrevieras a quedarte dormida. Bostezas. Es maravilloso, sin duda, ver cómo te acomodas en mis brazos y decides que estás a gusto. No lloras, no te quejas, simplemente estás. Estás con unos primos que, tal vez, estén haciendo una vida muy diferente cuando quieras jugar con ellos.
No pesas, apenas ocupas nada, eres realmente pequeña. Coges mi dedo abrazándolo con tu mano de dedos diminutos. Si yo me muevo, tú me agarras con más fuerza.
Puede que sea un poco aburrido, no lo sé, poder únicamente comer y dormir. Espera, solo espera. En poco tiempo empezarás a andar y correr por toda la casa mientras gritas las pocas palabras que sabrás por el momento. Verás qué divertido. Cuando puedas hablar con tus hermanas y, sí, de vez en cuando pelear un poco; pero también contar algo gracioso que os ha pasado en clase. Entonces verás que la vida nunca volverá a ser aburrida, pase lo que pase.
Cuando sepas jugar, ¡ay, cuando aprendas a jugar! cuando aprendas a jugar habrás descubierto ya de qué va esto de vivir. Juega, juega hasta que no puedas más y, entonces, sigue jugando. Juega a mamás y papás, a cocineros, a saltar a la comba o dejar caer los cochecitos por la rampa. Juega al pilla-pilla, a liebre, a "juicios", al continental, al stop, a ser un espía que salva el mundo o una princesa que necesita que la salven. Juega a "ciudades" con dinero de mentira, a encontrar un objeto escondido sin que te pille el vigilante o, si eres el vigilante, no dejes que los demás lo encuentren.
Juega. Juega mucho porque, cuando crezcas, tendrás que enseñarnos a los mayores cómo se juega.
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miércoles, 9 de diciembre de 2015
Artista
Gritó. En la cima de la montaña, alejado de cualquier hombre pero cerca de Dios, gritó. Le gritó a Él. En sus gritos, le pedía que le convirtiera en artista: fotógrafo, poeta, cineasta, pintor, músico, escritor, actor... cualquiera le valía.
Lloraba mientras gritaba. Lloraba porque no sabía de fotografía, pero había encontrado un paisaje precioso. Lloraba porque no sabía componer, pero había encontrado una rima perfecta. Lloraba porque no sabía rodar una película, pero había encontrado una historia maravillosa. Lloraba porque no sabía pintar, pero había encontrado el niño que le haría de modelo para pintar la cara del Niño Jesús. Lloraba porque no sabía cantar, pero tenía una voz preciosa. Lloraba porque no sabía escribir una frase que realmente transmitiera, pero sabía qué quería decir. Lloraba porque no sabía actuar, pero sabía a quién quería interpretar.
Lloraba. Lloraba solo y solo lloraba. Lloraba porque no sabía cómo hacerse entender, pero sabía quién tenía que entenderle.
Lloraba mientras gritaba. Lloraba porque no sabía de fotografía, pero había encontrado un paisaje precioso. Lloraba porque no sabía componer, pero había encontrado una rima perfecta. Lloraba porque no sabía rodar una película, pero había encontrado una historia maravillosa. Lloraba porque no sabía pintar, pero había encontrado el niño que le haría de modelo para pintar la cara del Niño Jesús. Lloraba porque no sabía cantar, pero tenía una voz preciosa. Lloraba porque no sabía escribir una frase que realmente transmitiera, pero sabía qué quería decir. Lloraba porque no sabía actuar, pero sabía a quién quería interpretar.
Lloraba. Lloraba solo y solo lloraba. Lloraba porque no sabía cómo hacerse entender, pero sabía quién tenía que entenderle.
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