martes, 19 de mayo de 2015

El naranjo de Inesita

De vez en cuando, Inesita se asomaba a la valla para ver el jardín de su vecino. Era un jardín enorme, majestuoso. Casi todo estaba cubierto de césped, salvo una pequeña plaza que estaba justo en mitad. La plaza era de piedra.
En medio de la plaza, dando mayor majestuosidad, un naranjo adornaba el jardín. A Inesita le encantaba ese naranjo: era realmente precioso.
Cuando fue su cumpleaños, su padre le regaló unas semillas de naranjo. Inesita las plantó y todos los días se sentaba a su lado, esperando que un día al volver del cole, se encontraría con la majestuosidad de su naranjo.
Lo regaba todos los días, e incluso le hablaba. Había oído decir que eso era bueno para que creciera fuerte. ¡Tenía tantas ganas de tener su propio naranjo! Alto, hermoso, elegante.

Algunos años con el naranjo adulto han sido suficientes para que Inesita ya no lo quiera tanto. No sabría decir si se ha aburrido de él, o si, simplemente, los naranjos no están hechos para la gente mayor. Sin embargo, el naranjo sigue siendo precioso, aunque Inesita no lo vea.

Lo olvidará, lo dejará de regar y, al final, el naranjo acabará muriendo.



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