martes, 26 de noviembre de 2013

Aspirante a director

Imagina la escena:
Se oye un "Preparados, listos, ¡ya!", o alguna fórmula menos profesional, pero igualmente efectiva. "Secuencia 7, plano 5, toma 4. Claqueta". Todos están preparados, todos saben qué tienen que hacer. En la sala de al lado un pobre ignorante en el arte del cine comprueba la calidad del sonido. No puede ver la escena, pero es capaz de imaginarla.
A menudo ríen por fallos ridículos, y tienen que repetir la toma. El cámara dirige la escena. Todo está controlado, más o menos. Siguen el horario establecido: no van rápido, pero les dará tiempo a grabar lo que tenían previsto para ese día.
"Bien, tenemos veinte minutos hasta que se vaya la luz. Descanso". Juegan con los efectos del micrófono, cantan, ríen... todo está saliendo perfecto.
En ciertos momentos aquel solitario "técnico de sonido" sueña con ser director. Le gustaría poder dirigir, poder sentir más suyo aquel proyecto. De hecho, eso es lo que esperaba... pero no es así; y lo agradece: ya llegará el momento de ser director, ahora toca aprender.
La luz se va y llega la noche. Siguen grabando un rato más y, llegado el momento, dejan el rodaje durante esa jornada. Se miran, están contentos. Alegres, cansados, alguno casi emocionado. Aquel día fueron felices, aquel día comenzó un proyecto que, si todo va bien, seguirán llevando a cabo.


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martes, 12 de noviembre de 2013

Luz que ciega

No abría los ojos. No podía o no quería. El sol se filtraba a través de sus párpados y, de alguna manera, le quemaba. Sabía que aquello no podía durar y esperó unos instantes para acostumbrarse a la luz, pero no conseguía sentirse seguro. Se puso la mano en la frente, a modo de visera, tratando de amortiguar el ataque del sol. Nada. No conseguía abrirlos. Tenía miedo de quedar ciego si lo hacía, y el miedo le impedía actuar. Comenzó entonces a creer que no volvería a ver la luz.
Las lágrimas se abrían paso para escapar y escocían las mejillas en su recorrido. Desesperado, siguió esperando a que terminase aquella pesadilla, pero ésta parecía no tener final.
Así permaneció, torturado por el sol, buscando el momento propicio para ver, para mirar, para contemplar el mundo en que vivía. Pero las horas pasaban y sus párpados eran cada vez más débiles, fatigados por el sol. Finalmente se rindió, cubrió sus ojos con la misma venda que le había acompañado en los últimos meses y pidió que le volvieran a secuestrar.


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