Suena el timbre y los bolis dejan de escribir. Los libros se cierran, las miradas se distraen y se escucha la tan recurrida frase "La clase acaba cuando lo dice el profesor". Segundos después los niños corren por los pasillos y saltan los escalones de dos en dos, o incluso de tres en tres.
En el patio hay un solo campo de fútbol que es atravesado por seis o siete balones, cada uno en una dirección. Algunos corren detrás de los balones, sin saber bien con cuál están jugando; otros, por el contrario, prefieren sentarse en el suelo y charlar. Solo tienen quince minutos, pero ellos saben cómo aprovecharlo.
En una parte del patio, un chico trata de conquistar a una doncella; en la otra dos amigos estudian el examen que tienen después. Un grupito se reúne para contar chistes y reír un rato, y un par de chicas hablan mientras dan vueltas al campo de fútbol.
Hay incluso quien aprovecha ese rato para echar una cabezada, sin preocuparse de mal alguno; en el lado opuesto del patio hay una chica llorando por mal de amores, mientras su amiga trata de consolarla.
Todo esto en quince minutos, pero cuando el timbre suena (o unos minutos más tarde) los balones dejan de rodar, el grupito deja de reír, el chico deja de dormir y la chica deja de llorar. Todos se vuelven a clase, sin gana alguna, estando en el error de creer que nunca lo echarán de menos.
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