viernes, 25 de enero de 2013

El mejor mago del mundo

El joven ilusionista aguardaba detrás del telón, esperando el momento de su entrada triunfal. Aquella iba a ser la mayor actuación del año, donde realizaría su mejor número hasta el momento. El mejor número que jamás se había creado. Tras unos breves pero intensos minutos, su compañero gritó, aclamando su nombre desde el escenario.
Él entró en escena, con los brazos en alto, recibiendo con alegría todos los aplausos. Los focos cegaban cualquier mirada hacia el público, de forma que la vergüenza y timidez desaparecieron sin hacerse esperar.
Estuvo actuando lo mejor que pudo. Realizando ilusión tras ilusión, cada cual mejor. Entre efectos, los aplausos llenaban con energía el enorme teatro en el que se encontraban. Y, minutos más tarde, el mago ya estaba preparado para el golpe final.
El efecto impresionó a todos cuanto lo vieron: se había logrado el final apoteósico que tantos años había requerido. El sonido de las exclamadas aclamaciones resonaban en los oídos del show-man. Había logrado lo que tanto tiempo había estado esperando. El trabajo de los últimos años había resultado recompensado.
Momentos después, mientras los gritos de júbilo que el público emitía iban apagándose, los focos dejaron de cegar al mago; y pudo ver quiénes habían estado aplaudiendo tanto: nadie. No había un solo alma en aquel teatro, estaba todo en silencio. Miró a su alrededor, por el escenario. Estaba completamente vacío, no estaban los aparatos que había necesitado para su número. No había cartas, no había sierras trucadas... no había siquiera un mísero escenario. Estaba en un oscuro callejón, solitario, de pie, con las piernas cansadas de tanto esperar. ¿Cómo era posible? ¿Se lo habría imaginado todo?
Fuera como fuese, lo había logrado. Quizá no le aplaudió nadie, quizá incluso nada había ocurrido, pero una cosa estaba clara: había realizado el mejor espectáculo de todos los tiempos, se había convertido en el mejor mago del mundo.


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viernes, 18 de enero de 2013

Quien creó la realidad

La vista que le ofrecía su nuevo microscopio era espectacular. ¿Cómo podía ver tan bien aquella cosa tan pequeña? Él no lo sabía, pero tampoco le importaba demasiado: simplemente le fascinaba. De pronto, su reloj señaló que ya habían terminado sus cinco minutos, y le pasó el microscopio a su impaciente compañero.
- Como nos pillen que nos hemos llevado esto...- comenzó, pero calló al ver que su compañero no le escuchaba. Estaba ensimismado con las imágenes que veía por aquel pequeño aparato, casi mágico.
Él, mientras esperaba a que su compañero terminase de usar el microscopio, se sumergió entre sus pensamientos. ¿Cómo era posible que existiese algo tan pequeño? Y, sobretodo, ¿Quién lo había hecho? Miró hacia arriba, hacia el gran manto azul que cubría sus cabezas. Siempre que alzaba la vista para verlo se sentía extrañamente observado. Pero no era una presencia indeseada o incómoda, más bien al contrario.
- ¿Quién crees que ha creado el mundo?- preguntó al fin, luego de salir de sus pensamientos.
- ¿El mundo? Nadie. Existe y ya está. Es la realidad, y la realidad no necesita que la cree nadie.- respondió, sin despegar la mirada del microscopio.- pero a veces lo pienso y... bueno, da igual. No sirve de nada.
- ¿No sirve de nada?- miró al cielo y cerró en un puño algo que le colgaba del cuello, por debajo de la camiseta. Sonrió y añadió:- No servirá de nada, podemos encontrarla.


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jueves, 10 de enero de 2013

¿Por qué lloras?

El joven niño, que apenas se elevaba un metro sobre el suelo, se encontraba sentado en el banco del parque, llorando. Las enormes lágrimas que derramaba exploraban sus mejillas antes de caer al suelo. El niño lloraba ríos incesables de desesperación. Sin embargo, no emitía ruido alguno.
Momentos después otro chico se acercó a él. Probablemente se trataba de su hermano mayor. Los irritados ojos rojos y sus húmedos pómulos brillantes a la luz declaraban que él también había estado llorando.
- ¿Por qué lloras?- le preguntó al niño.
Él, todavía mirando al suelo, respondió:
- Es que se me ha metido un pelo en el ojo, y me molesta.
Fueron vanos los intentos de consuelo que su hermano le dirigía. "En vez de llorar, tienes que intentar arreglarlo", le decía. El chico estuvo intentando animarle durante minutos interminables, pero no consiguió nada. Acabó simplemente viendo cómo lloraba, sin pronunciar palabra alguna. Finalmente el pequeño dejó de llorar y dijo:
- Lloraba para que el pelo cayese dentro de una lágrima y me dejase de molestar. Solo estaba intentando arreglarlo. Ya no me pasa nada.- se giró para ver a su hermano, y advirtió las evidentes pruebas de que él también había llorado- sin embargo tú... ¿Por qué lloras?


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viernes, 4 de enero de 2013

Por suerte o infortunio

La habitación era pequeña y más bien desagradable. Las paredes no estaban terminadas de pintar, y trozos del techo se encontraban ahora en el suelo, cuyas baldosas no se podían ya distinguir. En una de las esquinas, casi llamando a la muerte, había una pequeña mesa cuya madera se quejaba con el menor movimiento. Encima de la vieja mesa de madera había un libro. Cerrado, inmóvil, el libro aguantaba ahí horas y horas, esperando que, por suerte o infortunio, alguien tropezara con aquella habitación. Y, pasados unos días, así fue. Probablemente por algún tipo de error, un pequeño niño que jugaba al escondite entró en la habitación, y, tras curiosearla un rato, se fijó en el libro.
El libro, de pesadas tapas y páginas maltratadas por los años, preparó su mejor historia para aquel inquilino. Durante horas, el niño estuvo disfrutando cada página, cada palabra de aquella maravillosa obra de arte. El libro también parecía disfrutar de cada frase que el niño leía, y lo demostraba ofreciéndole otras nuevas. Sin embargo, llegó el momento en que el niño tuvo que irse, abandonando aquel libro en aquella oscura habitación.
Los días pasaban y, de vez en cuando, aquel libro era visitado por viajeros extraviados de su tiempo, gente que se escondía de su día, o que era escondida por él. Todos ellos, cada uno a su tiempo, acabaron fijándose en el libro, y el libro les proporcionó el mejor de sus relatos. Aquel lugar, que inicialmente era una habitación perdida, acabó siendo muy frecuentada por innumerables personas, pues todos los que entraron una vez, decidieron volver. Todos volvían para ver el libro.
Durante años, aquel libro fue la mayor diversión de quien, por suerte o infortunio, acababa en aquella habitación. Lo que nadie pudo percibir, y aún hoy no lo saben, es que las páginas de aquel libro no mostraban palabra alguna, simplemente esperaban, y el lector inventaba la historia.


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miércoles, 2 de enero de 2013

No lejos de donde yo vivo

Una vez, cuando yo era demasiado joven para entender lo que me contaban, alguien me habló de una extraña población "no lejos de donde yo vivo", según me dijo quien me la contó, que construyó un semáforo al borde de un acantilado. Entre los habitantes de aquella población se hablaba de que aquel precipicio era el límite entre la tierra conocida y la tierra de ninguna parte. A todos desde pequeños les enseñaban que quién cruzaba el límite que el semáforo establecía desaparecía para siempre, basándose en el argumento de que nadie había vuelto jamás de aquel lugar, situado en ninguna parte.
El semáforo lucía un rojo en el extremo más alto de sus lámparas durante muchas horas, a veces días. Pero de vez en cuando, esa luz roja se apagaba y se encendía la lámpara verde, que permitía a los ciudadanos avanzar hacia el precipicio, hasta llegar a sobrepasarlo. Todos los ciudadanos que querían ser considerados como alguien, dentro de esa incomprensible sociedad, soportaban largas esperas frente al resplandor rojo de aquel semáforo; y, cuando llegaba el momento, cruzaban.
Uno por uno, los habitantes de la por entonces condenada población iban hacia el exilio de sus propias vidas, privándose de su libertad y dignidad de persona. Arrastrados por lo que era tradición, o simplemente por lo que todo el mundo hacía, todos buscaban su perdición. El sentido común desapareció de sus diccionarios y nadie se atrevía a dudar de aquella extraña costumbre, a pesar de que, de alguna forma, todos advertían algo extraño en ella.

Yo era demasiado pequeño para entender todas estas confusas historias, pero las recordé como si se tratasen de cuentos sobre un mundo fantástico, lleno de gente incomprensible... incluso loca. Por aquel entonces yo pensaba que un mundo así era imposible, que solo se trataba de leyendas inventadas para un fin difícil de adivinar. Sin embargo hoy, viendo a mi alrededor, me doy cuenta de que ese mundo existe. Aquí mismo, no lejos de donde yo vivo.


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martes, 1 de enero de 2013

Un blog para estornudar ideas

Despierto muy cansado, como siempre. Me cuesta demasiado decidir levantarme, pero finalmente lo hago. La habitación está oscura y parece haber cambiado durante la noche, porque no soy capaz de reconocer nada. Todavía a tientas y con los ojos desobedeciendo salgo de la habitación, palpando las paredes con las manos para evitar golpes. Parece ser que no hay nadie en casa.
Mientras desayuno trato de pensar. No recuerdo qué hice ayer, ni si me acosté pronto o tarde. No recuerdo nada, pero no me preocupa. Me suele pasar todas las mañanas; es como si tuviera las neuronas congestionadas y el cerebro no quisiera decirme nada. Sin embargo, aunque los pensamientos no conozcan cómo llegar a mí, hay demasiadas cosas que me gustaría contar. Muchos mensajes que dar, muchas palabras que pronunciar, y nada concreto que decir.
Despierto muy cansado, como siempre. Me cuesta demasiado decidir levantarme, pero finalmente lo hago. Una vez más, no sé si estoy despierto de verdad o si aún duermo, pero me da lo mismo. Abro el blog y comienzo a escribir. Pienso dar los mismos mensajes y pronunciar las mismas palabras esté despierto o no. Y, por supuesto, pienso hablar y hablar, aunque no tenga nada concreto que decir.


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